Por Mario Almirón
Secretario General
SADOP – CDN
La violencia en la escuela existe, nos estalla, pero de ninguna manera podemos dejar que nos inmovilice. En los últimos días hemos sido nuevamente avasallados por este tipo de episodios en los que de una u otra forma está involucrada la escuela como institución y la educación como actividad social y personal.
Las distintas definiciones de violencia nos pueden servir para enmarcar el problema y diseñar estrategias de abordaje. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) es “el uso intencional de la fuerza física o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o grupo o comunidad, que cause o tenga mucha probabilidad de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”.
La clasificación de la OMS divide la violencia en tres categorías generales, según las características de los que la cometen:
– Autoinflingida (comportamiento suicida y autolesiones);
– Interpersonal (del tipo familiar que incluye pareja menores y ancianos, así como la que ocurre entre personas sin parentesco);
– Colectiva (social, política, económica).
Asimismo la naturaleza de los actos de violencia puede ser física, sexual, psíquica incluyendo privaciones y descuido.
Si hacemos un repaso a las noticias de los últimos días encontraremos ejemplos de casi todos estos tipos de violencia y actos violentos reflejados en el ámbito escolar. Un docente agredido por los padres de un alumno que no aprobó un examen; peleas entre alumnas que incluyen armas blancas dentro del recinto escolar o en sus inmediaciones; bullying o acoso escolar sufrido por alumnos que en casos extremos culminan con suicidio o actos de exterminio masivo con armas de fuego (caso de Carmen de Patagones), sin olvidarnos de la violencia laboral a la que se encuentran sometidos los docentes y del que los medios periodísticos poco hablan.
Explicar las causas es una tarea ardua que excede el propósito de esta nota. La complejidad misma del ser humano tanto en su consideración personal como social puede de hecho hacer sospechar que existe una multicausalidad y por ende rechazamos el reduccionismo con que se intenta explicar estos hechos como “reflejos de una sociedad violenta”.
En virtud de esa multicausalidad es lógico pensar que existe una limitación importante de los docentes para abordar solos el problema con éxito. Es más inteligente pensar entonces que el abordaje de la violencia que se manifiesta en el ámbito escolar debe ser de tipo multidisciplinario. En este sentido quiero plantear la importancia del aporte que pueden hacer otros profesionales vinculados al quehacer educativo, ampliando la mirada sobre el problema y sus posibles soluciones. Muchas escuelas privadas –y otras menos de gestión estatal- cuentan con gabinete psicopedagógico que funciona desde hace algún tiempo, algunos integrados sólo por psicopedagogos y otros por psicólogos y psicopedagogos. Es importante entender que el rol y las incumbencias profesionales de ambos son diferentes pero complementarias para el trabajo en la escuela por lo que una conformación de este tipo es bastante más completa. Mientras que los psicopedagogos están más abocados al aprendizaje y todas sus implicancias; el psicólogo está más entrenado en la observación del comportamiento individual y social, diagnóstico y evaluación de las personas, grupos y organizaciones para detectar necesidades y dificultades y diseñar acciones de intervención para superarlas basadas siempre en el método científico de la disciplina.
Tener claro el rol de cada profesional es el primer paso hacia el diseño de estrategias efectivas para la intervención con mayores posibilidades de éxito.
El segundo elemento importante es más de índole política institucional. Me refiero al papel que la institución escolar le va a asignar al gabinete, ya que puede limitarlo sólo a la detección de personas con problemas (de aprendizaje o de conducta) su diagnóstico y derivación a profesionales externos a la institución o, como pareciera más abarcativo y comprometido, asignarle al gabinete las facultades de diseñar estrategias de intervención para comenzar el camino de salida de las dificultades. Esto implica también dotarlo de recursos no sólo materiales, sino diríamos de facilitar las condiciones para que el trabajo intervencionista pueda llevarse a cabo. Es clave en ese diseño de estrategias la libertad del profesional y para ello es importante contar con la confianza institucional, especialmente de los directivos.
Entre las funciones que se le reconocen a un gabinete psicopedagógico están no sólo la detección de alumnos con dificultades de aprendizaje o de conducta, sino también el asesoramiento y apoyo al equipo docente, jornadas de reflexión y orientación también a los padres y, en modo constante estrategias que incluyan en forma transversal a toda la actividad escolar el DIÁLOGO Y LA MEDIACIÓN.
El trabajo del gabinetista incluye la tarea asistencial pero, por sobre todo, la PREVENCIÓN. La detección temprana de posibles focos de conflictos permite un abordaje oportuno –en el sentido de “a tiempo”- y más efectivo.
El valor de la palabra es fundamental, por eso rescatamos la importancia del diálogo como herramienta ineludible en la tarea del psicólogo de gabinete. No olvidemos que la persona que ejerce violencia ha sido incapaz de poner en palabras sus propios conflictos, sus temores, sus fantasmas e inseguridades. Precisamente por ello brindar el escenario posible para que esos temores y dificultades se puedan manifestar no sólo como una catarsis, sino con otro que sea capaz de escuchar y contener es absolutamente liberador y como dijimos antes, fundamental para el abordaje de la temática violenta.
Otro tópico importante en esa tarea es el involucramiento de todos los actores de la escena educativa, lo cual incluye a docentes, directivos, padres y hasta puede extenderse hacia otros ámbitos de la comunidad donde la escuela está inserta. El aislamiento no es aconsejable ni en el aula, ni en una oficina de director, ni en las paredes de la escuela. Por ello también es aconsejable que tanto alumnos como docentes puedan visualizar las posibilidades de sentirse útiles sirviendo a la comunidad. Al principio hablábamos de enfoque multidisciplinario, pues en este abordaje comunitario se hace visible el valor de la sociología y el trabajo social como disciplinas que pueden contribuir al diseño de este tipo de estrategias e intervenciones de modo que puedan plantearse actividades que incluyan algún servicio comunitario.
Por último, no hay que soslayar que, parte de la carga de trabajo de la tarea docente la constituye precisamente la ausencia de apoyo de algunos directivos y hasta desvalorización continua de las capacidades profesionales del docente que destruyen su autoestima en los peores casos, por lo que la ausencia de gabinetes psicopedagógicos tornan aún más visible la titánica tarea docente cuando los conflictos estallan, a lo que hay que sumar que tendrán que enfrentar también el dedo acusador de la sociedad cuando es en todo caso todo una institución, toda una comunidad la que ha fracasado antes.
Por ello ratificamos lo que decíamos al comienzo: el primer paso para abordar el problema de la violencia en el ámbito educativo es, sin dudas, ampliar la mirada.